LIBERTAD

(Texto original 2012)


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¿Soy libre porque las circunstancias permiten mi libre expresión o porque me siento libre?

Parece que no sabemos cómo disfrutar de nuestras energías sin tener que “hacer” algo con ellas.  Lo que hacemos libremente se vuelve más importante que la experiencia de ser libre.

“Libertad” es otra excusa para “hacer” más.  Cuando no podemos diferenciar la libertad real de la actuación, la libertad se convierte en exhibicionismo.  Nuestro mundo está lleno de tales manifestaciones.

La libertad es un estado espiritual del Ser.  Su experiencia conlleva el respeto por la vida.  Si nos sabemos libres, nos sentimos compelidos a permitirle a otros sus derechos naturales.  Una persona espiritualmente libre responde a la vida sin tenerse que esconder o aislar.  Tal persona vive un proceso de continua introspección, apuntando a la pureza de expresión.  Si algo es ofensivo, el primer paso en la mente de la persona espiritual es investigar que es lo que está siendo ofendido y clarear cualquier sombra que haya dentro de sí.  El dedo apunta hacia sí, en vez de hacia el mundo que lo rodea.  La libertad habla a través de nuestro silencio tanto como por nuestras palabras como por nuestras acciones.  Inspira e invita.

En mi opinión, la espiritualidad y el vivir van de la mano; se reflejan y se apoyan el uno al otro.  La vivencia de la espiritualidad consciente afirma la vida.  Existe una gran necesidad hoy de reconocer esencialmente lo que es la libertad.  Los budistas lo llaman “acción correcta” y los cristianos lo llaman “servicio”.  Transluce justicia, verdad y amor.  Ya pasaron los días de los conventos y monasterios como solución de aislamiento indulgente.  Hoy nos sentimos obligados a mirar a nuestro alrededor.  Nos sentimos obligados a actuar.

Infelizmente, los que toman acción a menudo son los que no han tenido la experiencia de la libertad interior, mientras que los que la conocen permanecen callados.  Hay demasiadas personas imponiendo cambios sobre el mundo en vez de cambiar ellos mismos, fortaleciendo la importancia preponderante que se coloca en el mundo exterior.  Cada vez que encendemos la radio o leemos un periódico, la lista de atrocidades parece aumentar, obligando a personas sensibles a desconectarse e ignorar lo que ocurre a su alrededor.  Sintiéndose seguros de su libertad para vivir la vida de la manera que escogen, se acomodan en una paz ilusoria y condenan el resto del mundo al caos por causa de su falta de acción. Esto tiene que acabar.

Concienciación implica estrechar el abismo que nos separa de los otros y de nosotros mismos, así como las realidades internas y externas.  La vida, especialmente ahora, nos ofrece una tremenda oportunidad para aprender cuales son las prioridades reales, para eventualmente llegar al nexo dentro nuestro que determina una satisfacción duradera, no a causa de lo que nos rodea o lo que ocurre, si no porque yo “soy” feliz dentro de mi mismo.  Ese foco central es el principio y el fin.

La libertad de expresión y de prensa es algo maravilloso cuando lo comparamos con el autoritarismo que nos precedió.  Sin embargo, la libertad ha evolucionado progresivamente hasta significar permiso de decir y hacer casi cualquier cosa.  La libertad ha sido comprendida “literalmente” sin conciencia de las sutilezas que surgen de las necesidades humanas.  Los derechos naturales del Ser envuelven el desarrollo de la conciencia.  Las leyes no pueden determinar la conciencia; la familia y los individuos humanos deberán desarrollarla dentro de ellos mismos.  Aquello que llamábamos “conciencia” delineaba los límites éticos de la vida.

Espiritualmente, la “libertad” califica la manera en que percibimos la vida y concebimos ideas, la manera como tocamos y sentimos a todos y a todo.  Subrayaba nuestra comprensión del propósito de la vida y nos induce a levantar los velos para descubrir significados más profundos.  La libertad también despierta nuestra sensibilidad por el lado invisible del día a día, lo que condenamos, lo que permitimos y lo que queremos ignorar.  El concepto “humanidad” define la libertad más amplia.

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¿Adónde puedo ir para encontrar la privacidad de pensamiento, palabra o acción que es mi derecho natural?  ¿En dónde dice que tengo que sufrir estímulos visuales, auditivos, olfatorios y sensoriales desagradables, sencillamente porque alguien tiene el derecho de expresarse?  ¿Es justo que yo tenga que estar sujeta a canciones groseras cuando entro en una tienda?  ¿Qué tengo que hacer para preservar la santidad de mi cuerpo?  Vivimos en una democracia pero no se nos enseña la discriminación o el discernimiento.  ¿Dónde está el sentido de decencia pública?  Y…¿quién defiende la Conciencia?

Ciertamente nuestros padres no nos enseñaron, ni se inculca ética en las escuelas o instituciones religiosas en dónde, en su lugar, se imponen más reglas y dogmas.  Se da por sentado que aprenderemos el valor de la libertad mientras somos manipulados y moldeados en patrones que no son de nuestra elección.

La civilización entera premia la libertad y la conquista por igual. Los gobiernos y organizaciones cuyo interés es auto-perpetuarse disfrazan la subyugación de preocupación.  La matanza continua en nombre de conceptos orientales y occidentales de Dios y del derecho a auto-defenderse.  Todos ejercen su derecho para decirnos como vivir.

Existe una esclavitud racial, sexista, mental y emocional en nuestros mismos hogares, matrimonios y en la llamada amistad en el seno del mundo educado occidental.  No tenemos que ir muy lejos para encontrar hambre, condiciones insalubres y pobreza.  Una mísera contribución de sobras por parte de los miembros más pudientes de la sociedad se supone nos librará de culpas.  Plutócratas influyentes emigran a países ansiosos por ayudarles a evitar pagar impuestos.  Las instituciones políticas, económicas y gubernamentales del norte, sur, este y oeste están atiborradas de corrupción.  No hay fin a la avaricia.  Pero está bien, es democrático y la democracia representa la libertad.

Los que organizan demostraciones al final no consiguen nada, no porque no puedan sino porque hay muy, muy pocos a los que les importa lo suficiente como para sacrificar algo propio.  Los niños padecen hambre o reciben raciones sub-estándar en nombre de la caridad, mientras nuestros hijos se forman en deportes y se preparan para ir a la universidad.  Nuestro aire está infectado (polución) con sustancias tóxicas pero lo peor son los pensamientos tóxicos de ira, lujuria, miedo y envidia que corroen el corazón.  Los derechos naturales no son importantes; no aportan dinero, prestigio o poder.  “Cuidar de sí mismo” es otra manera de decir “hipocresía” y “egoísmo”.

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No sé cuando fue que la palabra libertad adquirió las connotaciones de violencia, indiferencia, egoísmo e insensibilidad.   Desde el podio local al nacional, desde la humanidad global a nuestro propio yo… no puedo entender cómo se ha vuelto tan difícil distinguir lo correcto de lo incorrecto, la preocupación genuina del prejuicio velado y los intereses invertidos.   En alguna parte pasamos del negro y blanco a gradaciones infinitas de un gris sucio.  Vivimos en un mundo repugnante de libido descontrolada y sancionada;  enormes mareas de presión que ejercen nuestros semejantes nos obligan a aceptar servidumbre y fealdad como norma de libertad.

¿Dónde está nuestra fe cristiana, nuestros mandamientos hebreos, nuestro código budista, o principios musulmanes de paz?  Religiones y sociedades saquean, condenan al ostracismo, tratan con condescendencia, y censuran igual que en la Edad Media.  Hasta el presidente de los Estados Unidos defiende el derecho de un racista a producir y distribuir una película que se burla de un reconocido profeta mundial e incita a los instintos más groseros, mientras se le permite a un fanático cristiano colgar propaganda antisemítica que nos recuerda la edad de Hitler, en los trenes públicos.  Niñas adolescentes en pantalones ajustados absorben ávidamente frases y bailes sugerentes… todo en nombre de la libertad de expresión.


Si hemos transgredido toda noción de propiedad y santidad es por causa de la ausencia del sentido común.  Al abogar por el progreso técnico y el liberalismo, por la democracia y la reforma, hemos eliminado todo sentido de conciencia.  Ya no es solo una cuestión de género.  Nadie se hace responsable por el estado actual de indecencia en naciones tanto seculares como religiosos.


Basta.

Es hora que las personas educadas, sensibles y espirituales muevan sus piadosos traseros, enciendan la televisión, lean periódicos, salgan al mundo y abracen otros que son diferentes de ellos, ayudando con el ejemplo y mojándose.  Es hora de parar de quejarse de la economía y el desempleo.  En todas partes del mundo existen dificultades severas, impuestas como consecuencia de nuestra auto-indulgencia del pasado. Como parte de una solución, todo lo que se requiere es que las personas formen agrupaciones para ayudarse mutuamente.  Tantos desocupados podrían trabajar voluntariamente en lo que sea, para el bien de todos y también de si mismo, manteniéndose activos.  Es hora de evocar la conciencia espiritual que reclama que dibujemos una línea de demarcación entre la libertad y el abuso.

Si no actuamos, deberemos saber que otros que tienen mucha menos conciencia, lo harán.  La vida no permite un vacío.

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