LA UNICA ELECCIÓN

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Una persona joven y saludable vive los encantos y la excitación del cuerpo-personalidad de forma natural. Mientras haya una promesa de placer y satisfacción, no hay necesidad de buscar en otra parte. La expectativa y el desafío de temas más complejos, más campo a conquistar, y la posibilidad de una gran variedad de sensaciones emocionales y físicas es suficiente. Pero cuando la persona es mayor, ya no es tan “natural”. Es más bien triste. La vida espiritual despierta en aquellos que han vivido, no necesariamente en años sino en profundidad.

La idea de traspasar el paraíso sensorial no se hace sentir en la ausencia del placer sino que en su trascendencia. La elección de amplitud, profundidad y contacto con estados desconocidos del ser no se hace en conjunción con la vida física, sino cuando hemos ejercido dominio sobre ella y hemos alcanzado una capacidad energética más honda y refinada. En otras palabras, la espiritualidad no es una adenda ni un accidente. Es una extensión y amplificación de la vida tal cual la conocemos.  Más que una brecha espontánea, la experiencia espiritual ocurre cuando penetramos los velos de la percepción habitual de la personalidad. En vez de ser un acto del azar, requiere deliberación. La vida espiritual es una elección consciente tomada en madurez e inteligencia que implica el haber abrazado la vida física.

Decir la verdad hoy en día no está de moda. Se nos vende la espiritualidad como si fuera un agregado material, o como un escape. Se nos promete la torta y también el placer de consumirla, y a menudo se nos seduce con el pensamiento que tan siquiera necesitamos comernos la torta para saborearla.

No se nos informa que el cuerpo y el espíritu son dos dimensiones del ser totalmente distintas aunque interconectadas.

El cuerpo y la mente lineal tienen un límite de frecuencias que pueden sustentar. Mientras sigamos interesados y orientados hacia el mundo material, limitaremos proporcionalmente la cualidad de las energías que somos capaces de vivir. Hay un techo al tipo de sensación holística que tenemos mediante las alturas y profundidades de la vida física. De igual modo, nos limitamos en el tipo de experiencia espiritual que podemos alcanzar si evitamos la vida física.  Física, emocional y mentalmente, nuestros sentidos no alcanzan la gama más fina de percepción que compone la realidad espiritual sin que la capacidad propia cambie radicalmente. Alternadamente, la sensibilidad espiritual está desprovista de profundidad si nos hemos salteado las alegrías y aventuras de una vida común.

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La entrega orgásmica requiere total abandono: la percepción espiritual envuelve discriminación. Cada una refleja una postura diferente. El primer tipo “ocurre” orgánicamente, mientras que el segundo requiere concienciación, disciplina e intención. La segunda es una extensión de la primera; perdemos control aún manteniendo estabilidad y manejo de intensidades sutiles, algo que no se forja en la vida física normal. Transcendemos las fronteras usuales de la experiencia.

La percepción más profunda es indirectamente provocada por el deseo del alma y la preparación física y mental.


Usualmente, una persona que ha hecho la transición se pregunta, “¿Es ésta la vida que quiero vivir?” Es un preludio a la elección. Se revelan diferentes mundos y las energías y fuerzas que componen cada uno. El entendimiento surge en nosotros: es imposible cambiar solo un aspecto sin girar todo el equilibrio y propósito de una vida. Maduramos.

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La espiritualidad es muchas cosas pero la vida espiritual es una elección deliberada. Podemos vivirla por sumo deleite en cualquier momento, o podemos revelar y catalizar un modo de ser enteramente diferente. En este caso se convierte en terreno para una especie de actividad y búsqueda. Cuando tal decisión que cambia tus circunstancias de vida ha sido tomada, el mundo del alquimista y del ocultista se revela. Naces nuevamente.

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